La tercera edad

    Las necesidades energéticas en esta edad disminuyen de forma patente. 
    En lo relativo a carbohidratos, a esta edad suele ser usual una intolerancia a la glucosa. En ausencia de patología debemos paliar estos efectos mediante el uso de azúcares complejos en la dieta. 
    Por otra parte, se han observado deficiencias de lactasa, con la consecuente intolerancia a la lactosa, lo que hace necesario vigilar el contenido de este disacárido en la dieta. 
    Es conveniente también la ingestión habitual de alimentos ricos en fibra por diferentes razones, unas de carácter metabólico, como las glucídicas ya puntadas o las lipídicas, por la capacidad de la fibra de reducir la absorción de lípidos; otras de funcionalismo intestinal, para evitar el estreñimiento y factores cancerígenos. 
    Enfermedades cardiovasculares y lípidos parecen estar especialmente asociados a estas edades. En los varones los valores de colesterol tienden a estabilizarse en la vejez, mientras que en las mujeres pueden continuar aumentando progresivamente. En cualquier caso, la dieta del anciano no debe contener más del 30% de grasa, con el reparto de ácidos grasos ya recomendado para el adulto, y debe contribuir a mantener un peso adecuado. 
    La persona mayor es muy sensible a las pérdidas proteicas a causa de procesos crónicos, enfermedades debilitantes, infecciones de distinto tipo, neoplasias, etc. Por tanto no parece adecuado disminuir la ingestión de proteínas, si bien ésta ha de estar en consonancia con la eficacia del sistema excretor de modo que el balance nitrogenado se mantenga dentro de los límites de la normalidad. 
    Las dietas monótonas o desequilibradas, muy frecuentes en estas edades, pueden llevar a agotamientos de ciertos minerales
    En lo relativo al calcio, la osteoporosis, como problema frecuente en el anciano, especialmente en mujeres, sugiere recomendar una ingestión alta de este elemento, a veces acompañada de un tratamiento. 
    Salvo casos de hemorragias no manifiestas, o de procesos tumorales, no se dan casos de anemia por déficit de hierro en el anciano, por lo que no hay que modificar las recomendaciones de ingestión correspondientes a este mineral. 
    No es infrecuente encontrar deficiencias de cinc y, por consiguiente, deterioro del sistema inmunitario, así como trastornos digestivos. 
    Muchas personas mayores presentan hipertensión arterial de diverso origen, que suelen tratarse con diuréticos suaves. En consecuencia, es recomendable limitar la ingestión de sodio y dar un suplemento de magnesio y potasio en el caso de uso prolongado de diuréticos. 
    VitaminasNo parece necesario un suministro exógeno de vitamina A, pues los depósitos hepáticos de esta vitamina en ancianos suelen estar altos. 
    Teniendo en cuenta la contribución que tiene la deficiencia de la vitamina D en la osteoporosis, debemos asegurarnos su presencia en la dieta en cantidades suficientes, ya que se observa un descenso de los niveles de esta vitamina, que depende de una serie de factores, entre ellos un deterioro de los procesos de conversión que ocurre en el riñón, la insuficiente exposición a la luz solar o su menor absorción por el tubo digestivo. 
    En lo que respecta a la vitamina C no suelen presentarse problemas, salvo en casos de alcoholismo y de grandes fumadores. El consumo de cítricos suele bastar para corregir posibles deficiencias. 
Sólo alguno de los componentes del complejo B (B6 y ácido fólico) parecen deficitarios en ancianos. Una dieta equilibrada suele bastar para cubrir estas deficiencias. 
    Los ancianos tienen menos sensación de sed. Por otra parte, la disminución de la eficiencia renal provoca una mayor pérdida de agua, lo cual puede implicar incierto riesgo de deshidratación cuando estos dos factores se asocian con procesos gastrointestinales. Se recomienda al anciano beber una determinada cantidad de agua todos los días aunque no tenga sed.